Sólo podemos terminar con la violencia cuando se modifiquen las estructuras que discriminan a las mujeres situándolas como ciudadanas de segunda categoría. Y la clave para cambiar estas estructuras está en la educación. Por un lado la educación en la familia. Como señalan las expertas es necesario separar a los menores de los maltratadores, que, además del daño directo que hacen, inculcan a sus hijos el desprecio hacia las mujeres, y a sus hijas, el rol de la sumisión. También es fundamental que las mujeres tomemos conciencia del daño que los roles tradicionales nos hacen a nosotras mismas y a nuestras hijas e hijos. La gran victoria del patriarcado ha sido hacer a mujeres trasmisoras de su propia subordinación a través de la educación que inculcan a sus hijos y a sus hijas. Una situación que las mujeres podemos modificar, está en nuestras manos.
El segundo lugar determinante para la educación de los menores es la escuela. Un gesto, un golpe, un insulto, hacer oídos sordos, menospreciar, amenazar, ridiculizar, marginar…en una palabra: excluir, todo esto son manifestaciones de la violencia en la escuela que afectan a cada niña y cada niño, a su cuerpo, a su sexualidad, a la visión que tienen de sí, a su dignidad…Son palabras del Instituto de la Mujer publicadas en el cuaderno de educación no sexista titulado “Prevenir la violencia. Una cuestión de cambio de actitud”. En él se añade que ejercer violencia es imponer pensamientos o valores por la fuerza, es hacerse valer con el miedo, es no entrar a dialogar, es excluir e infravalorar todo lo que pone en cuestión el poder de quién la pone en marcha y la utiliza. El cuaderno advierte que: se considera que el papel de las mujeres es el de cuidar y mantener las bases en las que se asienta ese mundo de corte masculino. Esa tradición aún hoy y con cierta frecuencia, se trasmite a niños y niñas a través de los diversos ámbitos educativos. Tanto en las familias violentas como en los ámbitos educativos en los que se utilice cualquier manifestación de violencia o se impongan a los menores los roles tradicionales de hombres y mujeres, los niños aprenderán a hacerse valer por la fuerza y las niñas a ser invisibles o, como señala el cuaderno, a imitar el mundo de los niños, no por opción personal, sino para lograr cierto reconocimiento.
La comunidad escolar tiene doble responsabilidad. En primer lugar, es necesario que eduque a sus alumnos y alumnas en los valores de respeto e igualdad entre hombres y mujeres, en los valores del reconocimiento de los derechos humanos para todos y para todas y en segundo lugar, tiene la obligación de detectar las familias en las que se ejerce la violencia de género. Los menores lo evidencian de mil maneras. Aquellos que no lo consiguen verbalizar, lo expresarán a través de su comportamiento.
El silencio de toda la sociedad es cómplice de la violencia que se desarrolla cotidianamente contra las mujeres.
Una de las mejores maneras de prevenir es educar.
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